El viaje del bebé hacia el universo de las emociones comienza en los primeros instantes de vida, desde el útero materno, y dura para siempre. Su evolución estriba en la relación con los demás.
Las emociones constituyen, pues, el lenguaje infantil antes incluso de que emerjan las primeras palabras. Son el primer lenguaje con el que niños y padres aprenden a comunicarse antes de que los niños hablen.
Cada bebé viene al mundo con su propio temperamento: algunos bebes necesitan más estimulación otros menos. La intensidad de las emociones depende de la naturaleza de los niños, cada niño tendrá necesidades emocionales distintas.
Todos venimos al mundo con nuestro propio temperamento exclusivo y este controla nuestra manera de percibir y expresar nuestras emociones. El temperamento de cada niño es diferente, por eso los progenitores deberían ajustarse al niño, aportándole lo que necesitan en función de sus necesidades.
Si un padre quiere que su hijo coopere tiene que atender a su temperamento. Las reacciones de los bebés pueden moldearse con paciencia y comprensión de los adultos, por esto decimos que la educación de los padres contribuye a modelar la respuesta emocional del bebé ante el mundo.
Los recursos emocionales que se le aporten al bebé desde la relación que establezca con los adultos serán clave para que se convierta en un adulto con un funcionamiento autónomo.
Enseñar a un niño a identificar y gestionar sus emociones para restablecer su equilibrio emocional es un aprendizaje necesario que contribuirá a desarrollar su inteligencia emocional, y un niño con habilidades emocionales se convertirá en un futuro adulto que se manejará con confianza por la vida.