El castigo físico incluso psicológico lamentablemente ha sido, y es, un recurso utilizado para educar a los niños. Desgraciadamente no tenemos que irnos muy lejos en el tiempo para escuchar testimonios de personas quienes han sido educadas en un entorno en el que la violencia ha sido una forma habitual de disciplina.
Se ha maltratado y se maltrata, aunque parezca contradictorio, en algunos casos se hace “con la mejor de las intenciones”, no… Pero, sea como sea, sin poner en duda el amor de quienes aplican o aplicaron este tipo de castigos, hay amores insanos.
El maltrato es, en ocasiones, un ejemplo de este afecto malsano, y siempre será considerado una grave negligencia. Por más que las personas que han recibido esta forma de educación defienden estos comportamientos de los adultos que los aplicaron, incluso justifican o relativizan “eran otros tiempos”, “la letra con sangre entra”, “es una forma de inculcar respeto cuando los niños no atienden”, “ una bofetada a tiempo puede corregir muchos comportamientos negativos”…
Todo esto es absolutamente incierto. Los golpes y castigos físicos y emocionales son el resultado del descontrol y de una falta de gestión emocional por parte de los adultos que los aplican.
No existen argumentos clínicos que justifiquen dichos actos violentos, ni mucho menos que los avalen como un estilo de crianza eficaz, más bien todo lo contrario. Aunque los golpes y castigos físicos no afectarán por igual a todo aquel que lo reciba, siempre se reflejarán a modo de impacto negativo en el desarrollo, en los recursos psicológicos de la persona para hacer frente a su vida, en su personalidad y en su forma de relacionarse con los demás y con el mundo.
Nadie puede aprender cuando se está atemorizado. Las investigaciones avalan ampliamente este hecho: es biológicamente imposible aprender cuando tienes miedo.
El miedo es una emoción básica que se desencadena cuando estamos ante una amenaza o peligro y nos predispone hacia respuestas de lucha o huída. Nuestro cuerpo reacciona generando adrenalina y cortisol en la sangre lo que provocan que el lóbulo frontal se inhabilite y se active el área instintiva.
Por esto, bajo este estado, un niño/a no podrá consolidar jamás un aprendizaje. Quizás cambie su conducta por miedo al castigo, provocando cambios superficiales pero ese niño/a no está integrando la información transmitida.
Las personas que jamás han recibido malos tratos a lo largo de su vida, no los contemplan jamás como pauta educativa. Sin embargo aquellos quienes han sido educados en contexto en los que se utilizaba la violencia, podrán justificar con más facilidad el uso de estas prácticas como un recurso eficaz, o como forma habitual de enseñanza.
Habitualmente reaccionarán en su etapa adulta utilizando la violencia y transmitiéndola a sus hijos, contribuyendo a que se mantenga, o bien , aunque no la apliquen directamente, aprenderán a justificarla y aceptarla. Es el fenómeno de la indefensión aprendida, personas que aceptan la violencia porque aprendieron a que “simplemente no se puede hacer nada más que aceptar” y se involucran en relaciones de pareja en las que el maltrato está presente.
Los niños no necesitan la violencia para aprender. Al contrario, se nutren del afecto, protección y seguridad de los padres y cuidadores. Es a través de estas fuentes de alimento emocional donde nuestros pequeños desarrollan su confianza, construyen su personalidad y su visión de si mismos y del mundo. La letra con sangre no entra, sino con amor.