Cuando la pareja nos hace daño podemos reaccionar sintiéndonos con el derecho de devolver esa acción, justificándonos en expresiones como “si é/ella me lo hizo yo también, se lo merece, que se fastidie ”. No deja de ser una reacción lógica, es una respuesta de ataque o defensa ante un sentimiento de amenaza provocado por un acto perpetuado por parte de alguien a quien quieres.
Al estar instaurados en nuestra herida sangrante no podemos ver más allá y atacamos, sintiéndonos legitimados al “ojo por ojo”, queremos que el otro pague por lo que nos hizo. En realidad la motivación que hay detrás de estas respuestas defensivas es la necesidad de que el otro comprenda cómo nos hemos sentimos con su acción y entienda que se equivocó. Se busca la seguridad basada en que la pareja entienda que aquel acto nos hizo daño y que no queremos que lo repita. Son comunes las reacciones en las que, quien recibe el acto “injusto”, se coloque en una posición de víctima, esperando que la pareja repare ese daño, como si el otro pudiese meterse en la propia mente y saber qué hacer para reparar el propio dolor.
Aunque estas situaciones requieren de un trabajo por las dos partes de la pareja, especialmente en temas de comunicación, es importantísimo que la persona que se siente perjudicada pueda trabajar el Perdón.
El perdón no es una palabra que una vez expresada se traduzca en liberación, no es un acto único que se hace en un momento dado, es un proceso continuo que se puede ir profundizando y completando a lo largo del tiempo. Por eso se dan varios niveles de perdón (Case, 2005) que se pueden considerar como una serie de tareas que van completando e incrementando el proceso hasta llegar al grado más completo de perdón. El primer paso consiste en dejar de hacer conductas destructivas abiertas y explícitas (como cesar de buscar venganza o justicia, quejarse a todo el mundo, etc.) o encubiertas e implícitas (como desear conscientemente mal al agresor/a, rezar para que le pase algo malo, rumiar el daño que se ha recibido, etc.). El segundo nivel es hacer conductas positivas hacia él/ella. Completando el perdón, si hay respuestas positivas por el perdonado, se puede llegar a restaurar la confianza en el agresor/a.
Pero perdonar no significa necesariamente reconciliación, esto último es responsabilidad de dos. Si no existe confianza será muy difícil que la reconciliación se produzca y corremos el riesgo de vivir una relación en la que se asumirán roles de culpable y víctima. Llegados a ese punto sería mejor soltar la relación y empezar de nuevo.
Un paso previo antes de decidir sobre la finalización de la relación sería el trabajo en comunicación sana: expresar los sentimientos de ambas partes, llegar a un consenso sobre lo que ha ocurrido, acordar cómo evitar que vuelva a producirse y pactar actos de reparación iniciales para favorecer la restauración de la confianza.
Si lo anterior no funciona, lo mejor en estos casos es pensar en soluciones alternativas; acudir a un profesional en busca de ayuda o reflexionar sobre la relación. Una relación sin confianza es como convivir con tu peor enemigo: te generará un estado de alerta y malestar constantes que reducirá tu calidad de vida y la de tu pareja. Aunque querer no siempre es poder, la voluntad de perdonar será el inicio del camino de la responsabilidad ante tus decisiones y ante tu vida. El odio y el rencor sólo hacen daño a quien los siente.
Puedes contactar con nosotros para empezar este camino de reflexión. Solo tienes que enviarnos un mensaje y te contestaremos enseguida.
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