Si te dices a ti mismo “No lo voy a hacer bien, no podré superar ese obstáculo” probablemente tu respuesta fisiológica a tales pensamientos consistirá en sudor, temblor y sensación de nudo en el estómago. Al notar esto es posible que pienses “Estoy aterrorizado. No puedo hacer esto nunca más. Tengo que irme a casa”. Estas afirmaciones interiores, a su vez, aumentan la sintomatología física y la tendencia a tomar decisiones poco acertadas. De este modo, se forma un círculo constituido por los pensamientos que inciden sobre las respuestas físicas y conductuales, las cuales generan más pensamientos negativos, cerrándose con ello el círculo que puede permanecer ininterrumpido conduciendo a un estado de estrés crónico.
Pero tus pensamientos no tienen por qué aumentar tu miedo; al contrario, pueden actuar como un potente tranquilizante ante un estado de tensión, calmándole y haciendo que desaparezca la sensación de pánico. Si educas tus pensamientos para afrontar esos momentos de estrés conseguirás informar a tu organismo de que no hay ningún motivo de alarma, y por tanto te relajarás. Ante una situación estresante puedes formular interiormente una serie de razonamientos que te sirvan para vencer el miedo. Por ejemplo: “Debes estar tranquilo… ya te has encontrado con esto otras veces… Ahora relájate… Realmente esta situación no puede hacerte daño”..
Cuanta más atención prestes a tu monólogo de afrontamiento, antes te conseguirás liberar de todos esos síntomas desagradables que forman parte de la reacción de tu cuerpo ante el estrés.